LOS BENEFICIOS DE LA CERVEZA NO TIENE LÍMITE...


Un campesino chino ha fabricado un calentador de agua solar empleando únicamente botellas de cerveza y mangueras.
Las botellas de cerveza están colocadas sobre un panel alineadas en hileras, y todas van conectadas mediante mangueras que permiten la entrada de agua fría, y la circulación a su través, para que el sol pueda calentarla.

“Inventé esto para mi madre. Quería que pudiera ducharse confortablemente cuando quisiera”, comentó Ma Yanjun, carpintero de profesión en el pueblo de Qiqiao, en la provincia de Shaanxi.

Choque de dos galaxias a toda velocidad


Una treintena de astrónomos ha observado el resultado de la fusión galáctica con cinco telescopios espaciales distintos, incluido el 'Hubble'

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LEYES UNIVERSALES FÍSICA Y NO FÍSICA: LA LEY DE MURPHY

Todos la hemos invocado en alguna ocasión. Al igual que las palabrotas y las imprecaciones, pensar que la ley de Murphy (y no nuestra incompetencia) ha sido la autora de nuestras desdichas, ayuda a desahogar la rabieta. ¿Que justo el día que llueve tu paraguas se rompe? La ley de Murphy. ¿Que el día que decides ir a la playa se pone a llover? Murphy debe de haber bailado la danza de la lluvia.
La ley de Murphy es sencilla y ciertamente pesimista: “Todo lo que pueda ir mal, irá mal“. La ley, sin duda, en la que se basan muchas series de la tele para mantener enganchado al espectador.
Pero ¿quién la formuló por primera vez?
Pocos saben que la ley de Murphy surgió en la aviación norteamericana, en 1949, en la época en la que el capitán Edward A. Murphy Jr. trabajaba como ingeniero de desarrollo en el laboratorio de la US Air Force en Wight Field.
Murphy había inventado un equipo provisto de 16 sensores destinado a medir y registrar la aceleración que podía soportar el cuerpo humano. Las pruebas se efectuaron en un cohete-trineo pilotado por el comandante John Paul Stapp, que ya estaba acostumbrado a este tipo de ensayos: había pilotado un equipo de similares características hasta los 960 kilómetros por hora.

APRENDE A PENSAR...

Sir Ernest Rutherford, padre de la física nuclear y Premio Nobel de Química en 1908, solía contar la siguiente anécdota:
“Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un examen de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.
La pregunta del examen era: Demuestre como es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro. La respuesta del estudiante fue la siguiente: lleve el barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda muy larga. Descuélguelo hasta la base del edificio; marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a la altura del edificio.
Realmente el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota mas alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel. Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.
Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema; su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: coja el barómetro y láncelo al suelo desde la azotea del edificio,y mida el tiempo de caída con un cronómetro. Después aplique la formula altura = 0,5 por la gravedad y por el tiempo al cuadrado, y así obtenemos la altura del edificio. En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta.
Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.
-Bueno, hay muchas maneras. Por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
-Perfecto, ¿y de otra manera?
-Sí. Este es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el numero de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura.
-Ese es un método muy directo.
-Por supuesto. Si lo que quiere es un procedimiento mas sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si consideramos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea, la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su periodo de oscilación.
En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje, y cuando abra, decirle: ‘Señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo’.
En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema. Dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar”.
La respuesta convencional al problema era que la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos puntos diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre estos puntos.
Aquel estudiante, a quien sus profesores habían enseñado a pensar, se llamaba Niels Bohr, físico danés, quien se basaría en las teorías de Rutherford, para publicar su modelo atómico en 1913, introduciendo la teoría de las órbitas cuantizadas, obteniendo el premio Nobel de Física en 1922.